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La inteligencia artificial nos obligará a repensar nuestros valores

Por Gabriel Mysler, Director de Innovation@Reach y Managing Director de Integrity Meter.-

El mayor riesgo que entraña la Inteligencia Artificial no es dejar a la gente sin trabajo, sino llevarnos a un mundo eficiente pero sin sentido ni valores.  Mucho se discute sobre los trabajos que reemplazará y destruirá la IA. Mucho se debate sobre el fin del trabajo de oficina. Esta es tan solo la punta del iceberg y – a mi entender – la parte más fácil de resolver.  Cuando se habla de la IA se pone solamente el acento en los puestos de trabajo que va a reemplazar y en la población vulnerable que puede tener problemas para reconvertir sus trabajos.

Gobiernos y empresas deben prepararse para este cambio que es sin lugar a dudas muy fuerte. Pero así como en las anteriores revoluciones industriales los trabajadores comenzaron a “colaborar” con las máquinas y los sistemas, también lo harán con la IA.  Son muchos los trabajos que aparecieron y desaparecieron en los últimos milenios, desde que el hombre dejó de ser cazador / recolector. Muchísimos trabajos ya no existen y muchos nuevos surgen y surgirán: nadie trabaja de farolero hoy, ni trabajaba de Community Manager o Data Scientist hace 50 años.

El problema que subyace, y que la reeducación o “reskilling” no podrá resolver, es el problema ético que trae aparejada la IA.  La Inteligencia Artificial es una máquina perfecta de correlaciones estadísticas. La IA tiene la capacidad de predecir respuestas que funcionan con índices de exactitud cada vez mayores, pero no puede reconocer las relaciones causa-efecto. La IA no puede explicar por qué predice lo que predice, sólo puede indicarnos con qué grado de exactitud su respuesta es correcta. Al decir de Arthur C. Clarke: “Una cantidad suficiente de potencia tecnológica es imposible de diferenciar de la magia”.

La IA no puede entender ni explicar sus resultados, son meras correlaciones estadísticas. Con la IA podemos predecir eventos, pero no podemos comprenderlos. He aquí el gran desafío.

Más allá de los sesgos y prejuicios que podríamos “contagiarle” a la IA, y que seguramente podamos evitar en menor o mayor manera, la problemática más aguda es más cercana  a la incapacidad de la IA de comprender las consecuencias de sus “actos” o recomendaciones.

Hannah Arendt, cuando hablaba de la banalidad del mal, explicaba que muchas veces el mal deriva de la incapacidad de pensar y reflexionar sobre las acciones y sus consecuencias. Pensar no es lo mismo que tener conocimiento.

El hombre en busca de sentido

El psiquiatra Viktor Frankl, el creador de la logoterapia y sobreviviente del Holocausto, nos regaló uno de los libros más imprescindibles de todos los tiempos y que se resignifica – aún más – con la la problemática que plantea la IA: “El Hombre en busca de Sentido”

Frankl afirma y nos recuerda que: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino”. El gran riesgo al que nos expone la IA es el dejar de pensar, es el dejar de elegir, es el dejar de medir las consecuencias, es el dejar de intentar entender los por qué, es el dejar de buscar y sostener un propósito.  El sentido de la vida para Viktor Frankl está en hallar un propósito, en asumir una responsabilidad para con nosotros mismos y para el propio ser humano. 

Valores, propósito y sentido

La Inteligencia Artificial  ofrece un poder casi infinito de efectividad y eficiencia, que podría redundar en mejor calidad de vida, mejores posibilidades para todos, mayor bienestar y progreso para toda la humanidad.  El hambre y las enfermedades podrían ser cosas del pasado. Las comunicaciones, la vivienda, la energía, el ocio, los placeres y la movilidad podrán ser más accesibles y sencillos. Esta es la promesa de la IA, tan solo debemos ponerle propósito y sentido a tanta potencia.

Cuando Simon Sinek nos habla en su libro “Start with Why” del círculo dorado y del valor del propósito, nos explica que en nuestras actividades, en nuestras organizaciones y en nuestra vida,  en tres círculos concéntricos tenemos el Qué hacemos, el Cómo lo hacemos y (en el centro)  el Por Qué lo hacemos.  El Por Qué es el motor, el propósito, lo que nos mueve y nos impulsa. El Por Qué es lo que nos diferencia, lo que nos hace únicos. La Inteligencia Artificial nos podrá ayudar es tener mejores, más rápidos y más eficientes Qué y Cómo, es decir lo que hago y como lo hago. Lo que no podrá hacer por nosotros es darnos el por qué.

El desafío estará en la búsqueda del sentido: el por qué y el para qué hago lo que hago. Como humanidad buscamos propósitos y no correlaciones. Como empresas necesitamos ser diferentes en la cabeza del cliente, entenderlo y ayudarlo a darle sentido a su vida.

¿Seremos capaces de cambiar los paradigmas y dogmas tecnológicos como conectividad, velocidad, productividad, eficiencia y optimización por objetivos humanos como relaciones, afecto, propósito, autorrealización y compromiso? 

La tecnología es un medio, nunca un fin en sí mismo. La innovación sin valores es solamente instrumental. Al decir de Fyodor Dostoyevsky: ”El secreto de la existencia humana no reside sólo en mantenerse vivo, sino es hallar algo por lo que vivir”.

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