El confinamiento provocó una abrupta caída de la recaudación y aumento del gasto público. Esto hizo que la emisión monetaria pase a ser la principal fuente de financiamiento del Estado nacional. Se genera así un clima de que el confinamiento no tiene costos. Pero las consecuencias emergerán cuando el aislamiento se relaje.
Mientras Europa y Estados Unidos salen del confinamiento y retornan a la normalidad, en Argentina –luego de 80 días de encierro– todavía prevalece la incertidumbre sobre la dinámica del contagio. El dato más alentador es que en gran parte del interior del país se pasó del confinamiento al distanciamiento social. Esto da mayores márgenes de flexibilidad para que la actividad productiva y social se retome con gradualidad. Pero en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), el confinamiento se extendió hasta el 28 de junio lo que implica que el encierro se estirará a 100 días.
Las autoridades nacionales sostienen que el confinamiento es la alternativa más apropiada frente a la amenaza del virus. Sin embargo, las consecuencias negativas del encierro son cada vez más evidentes. Desde el punto de vista productivo y del empleo, los impactos son devastadores. En materia sanitaria, se están dejando otras enfermedades sin atender y generando nuevos trastornos en la salud de la población. Además, se está produciendo también un severo deterioro financiero a las instituciones de salud por falta de trabajo. En materia educativa, se va camino a la pérdida del año escolar.
Las finanzas públicas también sienten el impacto de la parálisis económica derivada del confinamiento. En este sentido, según datos del Ministerio de Economía y del Banco Central, en el Estado nacional se observa que:
- En el 1º trimestre del 2020, el 74% del financiamiento provino de impuestos y el 26% de emisión monetaria que el Banco Central le envía al Tesoro.
- En abril del 2020, el 51% provino de impuestos y el 49% de emisión monetaria.
- En mayo del 2020, el 47% provino de impuesto y el 53% de emisión monetaria.
Estos datos, si bien aproximados porque no tienen en cuenta otras fuentes de financiamiento de menor cuantía, muestran que la emisión monetaria pasó a ser el principal sostén de las cuentas públicas nacionales. Si bien la Argentina tiene una larga tradición de cubrir déficits fiscales con emisión, este nivel de expansión monetaria es inédito. La situación fiscal ya era muy precaria antes del aislamiento. Pero con el confinamiento, se produjo una parálisis productiva que hizo caer la recaudación impositiva y, a la vez, expandir el gasto público para compensar las pérdidas económicas del estancamiento.
Los impuestos son la fuente genuina de financiamiento del Estado. A través de los tributos, el Estado se apropia de parte de los ingresos generados por el sector privado que vuelven a la sociedad a través de bienes públicos. Por ejemplo, alguien hace el sacrificio de pagar el IVA para que otro disfrute el beneficio de recibir educación gratuita. Con la emisión ocurre lo contrario porque no se produce esta equivalencia. El Estado da un servicio –por ejemplo, pagar jubilaciones– sin que nadie haya hecho el esfuerzo para financiarlas. El Estado crea así poder de compra, sin el equivalente de mayor producción. Al disponerse de más dinero pero no de más bienes y servicios se generan presiones sobre los precios. La relación no es exacta ni inmediata pero la emisión exagerada es inflacionaria.
El aislamiento retiene el impacto de la emisión monetaria sobre los precios. Por eso la mayoría de los países desarrollados también apelaron a la emisión monetaria para sostener la crítica situación productiva, social y sanitaria que plantea el COVID-19. Pero hay diferencias sustanciales con la Argentina. Por un lado, no tienen la endeblez fiscal ni la larga historia inflacionaria local. Por el otro, emiten de manera más moderada que la Argentina ya que tienen acceso fluido al crédito, cuentan con sistemas tributarios más sólidos y eficientes y tienen conductas mucho más prudentes en materia de gasto público.
La emisión monetaria desaforada genera la falsa sensación de que el aislamiento no demanda sacrificios. Mientras en el sector privado se producen cierres de emprendimientos, recortes de salarios y pérdidas de empleo, en el sector público prevalecen las inercias y la escasa vocación a introducir reformas estructurales. Esto hará mucho más difícil la salida del confinamiento, al punto tal que la post-pandemia puede llegar a ser peor que la propia pandemia.