No debería tomarse como algo natural que el riesgo país en la Argentina suba en cada proceso electoral y que la oposición, por acción u omisión, alimente esa incertidumbre. A primera vista, la víctima es el gobierno de turno, pero la sucesión de estas situaciones afecta principalmente a la población. La característica pendular de nuestra historia política es dominante, y es el factor detrás de la mediocre performance de la economía a lo largo de décadas. Este 2019 está confirmando lo que le cuesta a la dirigencia política salir del atolladero.
Las vagas consignas de crecimiento e inclusión social que se escuchan hasta ahora no están a la altura de los problemas del país. La discusión no tiene que ver con bonitos lugares de llegada, sino con cómo se llega a tales objetivos. Cada uno de los casos de éxito en el mundo en las últimas décadas se explica a partir de la decisión política de seguir un determinado modelo de país, que en general ha sido diseñado en base a experiencias previas positivas. Pero con una transición que ha sido exigente. Cuando España y Portugal decidieron en 1986 incorporarse a la Unión Europea, estaban poniendo a sus empresas a competir de igual a igual con sus pares de Alemania y Francia. Cuando China y Corea del Sur se propusieron dejar atrás la pobreza, no hicieron más que copiar los pasos que había dado Japón, y así sucesivamente.
En la Argentina, en cambio, buena parte de la dirigencia política pretende “inventar” un modelo propio. ¿No será una excusa para eludir decisiones difíciles?. Se argumenta que el país tiene sus peculiaridades, que los recursos naturales, que la industria no está madura para superar la sustitución de importaciones.
Es cierto que los recursos naturales no son una pieza fácil en el rompecabezas del crecimiento. Pero, en este plano, todo depende del contexto. Por caso, los recursos no convencionales de Vaca Muerta estaban disponibles desde hace tiempo, pero hizo falta que se ofrecieran precios de mercado y la modernización de los convenios laborales para que la rueda arranque. Bajo esas nuevas condiciones, el shale pasó del 8,3 % al 42,4% en su participación en la producción de gas entre 2015 y 2019, y de 22,7 % a 58,5 % en el petróleo.
En el caso de la agroindustria, vale consignar que la cosecha récord de la campaña 2018/19 equivale a 33,8 mil millones de dólares, pero ese volumen a los precios de 2008 hubiera reportado unos 55,0 mil millones en dólares de 2019, un plus de nada menos que 21,2 mil millones. Ya sabemos lo que ocurrió en 2008, cuando aquellos precios internacionales (los mejores del siglo) despertaron la codicia del gobierno de turno, intentando subir impuestos (la abortada Resolución 125). Aquellas medidas llevaron a menos inversión y estancamiento productivo y de infraestructura.
Y respecto a las tradiciones industriales de la Argentina, nada que objetar. Más cuando se cumplen 50 años de la demostración que los Torino hicieron en Nurburgring, de la mano de Oreste Berta. Se trata de asumir, como lo hicieron Corea y China, que el desarrollo industrial necesita de la competencia internacional, única forma de guiar inversiones a productos, diseño y tecnología que efectivamente tienen demanda, más allá de la
frontera.
La industria requiere de incentivos para focalizarse en nichos en los que resulte competitiva, insertarse en clusters que faciliten la difusión del conocimiento y asociarse a los sectores que son dinámicos en cada etapa. Sin masa crítica de comercio exterior no podrá lograrlo, por lo que habrá que asumir el desafío. La apertura del PIB es de sólo el 25 % en la Argentina, comparado con el 66 % de España y el 81 % de Corea.
La pérdida de posiciones es alarmante. El PIB por habitante de la Argentina es la mitad del de Uruguay y Chile, cuando a mediados de los ochenta los duplicaba ¿Cómo este derrumbe puede estar ausente del debate electoral?.
Aunque Argentina y Uruguay tienen historias productivas diferentes, el tipo de problemas que han enfrentado muestra elementos en común. Uno de los más relevantes ha sido la crisis bancaria de 2001/02.Pues bien, sabemos que el vecino del Río de la Plata no recurrió a un mega default ni a una pesificación, y esto se logró por acuerdos políticos entre gobierno y oposición, leyes aprobadas por consenso que posibilitaron apoyo financiero internacional. Uruguay supo evitar crisis con políticas de estado, y la Argentina no. Y esto tiene consecuencias: a mediados de los ’80, el nivel de pobreza era semejante en ambas orillas del Río, pero ahora Uruguay logra tasas de un dígito, mientras nuestro país sigue por encima del 30 %.
Para volver a crecer y recuperar tiempo perdido, el “modelo” admite matices, respecto del rol del estado, el ritmo al que la economía se abre y se reorganizan las instituciones. Pero lo que no se puede sacrificar es la búsqueda de competitividad a ritmo forzado. Hay una correlación notoria entre ingreso per cápita y el lugar que ocupa cada país en los rankings de competitividad. Uno de ellos, el del World Economic Forum, muestra a la Argentina en el lugar 92 entre 140 países, mientras España, Corea e Israel, que triplica no cuadruplican nuestro PIB per cápita, se encuentran de 60 a 70 puestos más adelante.
En la región, Uruguay ocupa el casillero 76 y Chile el 33. La agenda para avanzar en este terreno incluye ítems como estabilidad macroeconómica, eficiencia en el mercado de bienes y de trabajo, infraestructura. Nuevamente: ¿cómo pueden estos temas estar ausentes del debate electoral?.