Por Gabriel Mysler, Gerente General de Iturán.-
Es normal rasgarse las vestiduras cuando aparece un agente disruptivo como Uber en el horizonte. Sin seguros adecuados, sin control estatal, informal y muy cerca de la ilegalidad, Uber parece un flagelo a combatir. Sin embargo, es amado por el cliente. Y el cliente es el soberano de la economía de mercado.
Por eso tenemos que pensar: ¿en qué afecta a los negocios la aparición de Uber?
Allí donde el Estado está ausente, aparece el emergente de la necesidad, los deseos reprimidos y la voluntad de los emprendedores para construir empresas.
Más allá del precio y de la facilidad de contratar un servicio, Uber ofrece una experiencia valorada y participativa. En teoría, Uber implica una optimización del uso de los vehículos ya que ofrecen sus servicios aquellos que tienen algunas horas ociosas, en sus autos bien cuidados y les da un ingreso extra, con el placer de conocer personas y dar un servicio excepcional.
Tiene una tecnología que permite a la comunidad valorar a los conductores, lo cual hace que sea atractivo de cara a los usuarios.
¿Y cuál es el rol que ocupa el Estado? Podrá prohibir los paraguas, pero no podrá evitar que llueva. Prohibir y perseguir no ha resuelto el problema. La nueva aplicación celular para los taxis de la Ciudad es una condición necesaria, pero no suficiente para dar batalla. Es simplificar en extremo y creer que la gente elige Uber porque tiene una aplicación para celular.
¿Qué debería proponer el Estado? Repasemos sus principales funciones. Debe velar por nuestra seguridad y protección, pero para ello también debe hacernos sentir más seguros y protegidos.
¿Y se puede hacer algo?
Hoy la tecnología puede ayudar… Y mucho.
Para ganarle a Uber no hay que competirle. Hay que sumarle más valor. Y eso es lo que debería hacer el Estado. Además de fiscalizar y habilitar a los taxis, ofrecer una aplicación para contratar los viajes y pagar con tarjeta de crédito, podría utilizar la tecnología GPS para evaluar la calidad de manejo de cada chofer de taxi y ofrecerle este parámetro objetivo al cliente. Ese parámetro, solo puede ofrecerlo el Estado, que tiene la capaciad de fiscalización y coordinación del trándito.
La tecnología que hoy tiene un GPS y que se integra fácilmente al celular a través de una aplicación, puede alertar inmediatamente ante un accidente y movilizar al servicio de asistencia y salud pública cuidando la vida de los que viajamos por la ciudad.
Si a esto le sumamos las opiniones y valoraciones de los usuarios, tendremos el mejor de los dos mundos. Porque se trataría de un emprendimiento privado con la distribución de recursos que puede ofrecer el estado, para premiar al buen conductor por su puntualidad, estado del vehículo, calidad de manejo, para que el usuario sepa cómo seá su viaje.
Es más: podríamos imaginar un premio al mejor conductor de taxi, otorgado por el Gobierno, ponderando las opiniones de los usuarios y la calidad de manejo medida objetivamente por el sistema telemático.
Como dice el saber popular, “hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño”. Por eso creemos que la irrupción de Uber nos invita a reflexionar sobre la evolución del servicio al cliente.