Por Daniel Colombo – Motivador y Master Coach Internacional especializado en CEO, alta gerencia y profesionales; conferencista internacional.-
¿Te gustaría que todos los días hubiese una convención de super héroes dispuestos a ayudarte a alcanzar las metas en tu negocio y empresa? Esto sólo es posible si asumes el reto de la verdadera innovación de estos tiempos: la innovación emocional.
Entrando en un nuevo tiempo de la productividad a nivel global, el eje ha dejado de pasar por la tecnología, o los mecanismos para hacer funcionar las cosas, o para vender, o para estudiar los costos. Es la era de las emociones, con todo su matiz y profundidad.
Todos tenemos un cerebro que ayuda a hacer que las cosas sucedan. O no. Si las compañías invierten tiempo, esfuerzo y recursos en interpretar sus señales, en estimularlo, cuidarlo y acompañar el equilibrio que se necesita para que crezca sano y fuerte, su neuroplasticidad se convierte en la clave para el desarrollo.
El principal órgano del cuerpo humano rige, también, el cerebro emocional. Se trata de esta parte tan necesaria para dar significado, propósito, entendimiento, y para sobrevivir en condiciones ambientales tan cambiantes y turbulentas como las que se presentan diariamente.
Por eso, la Era de la Innovación está regida por el cerebro emocional; el universo de las personas no se centra ya en lo mental y puramente técnico, sino que, si las compañías logran encauzar positivamente los aportes individuales, tienen más chances de transformarse y transformar.
Qué es la innovación emocional
En cualquier toma de decisiones ya sea en el plano personal, y dentro del Alma que tienen todas las empresas (por más “desalmadas” que parezcan), las emociones juegan un papel preponderante.
Se puede tener toda la tecnología del mundo, los recursos de dinero infinitos, la llegada a todo el universo. Sin embargo, si no se tiene la voluntad de cada colaborador alineado con el espíritu creador y hacedor, el camino será corto e irremediablemente, escaso de proyección.
La toma de decisiones en todos los niveles de una empresa no se basa sólo en los parámetros lógicos que eran dominantes hasta hace pocos años. Se sabe que más del 80% de las decisiones en las empresas se mueven alrededor del universo emocional de los líderes, sus equipos, y, en cascada, todos los colaboradores.
La ausencia de decisiones es, en sí misma, una política empresaria, porque la “no decisión” es una elección, aunque no lo parezca. Así, las empresas que demoran en transformarse pierden valiosas oportunidades e inevitablemente, estarán rezagadas en el mundo global del que forman parte.
Hay organizaciones en terapia intensiva, encabezadas por personas que se creen líderes, cuando son, en el mejor de los casos, meros jefes.
Hay empresas agonizantes, deseosas de una mano salvadora externa. Sin embargo, no han tomado consciencia aún de que el único salvataje posible proviene desde adentro.
Hay compañías en todo el mundo que están siendo transfundidas, como si eso fuese a resolver sus problemas. Si no se tratan los males que las aquejan de raíz, volverán a aparecer en corto tiempo.
Por increíble que parezca, el principal motor del cambio y combustible para la transformación que evite la muerte empresarial está arriba de todo, en cada integrante de esas empresas que han perdido su Alma, su Propósito, su Ser. Se llama cerebro, y pesa menos de un kilo y medio.
El costo de tomar decisiones con modelos anticuados
¿Para qué engañarse? Como afirman los neurocientíficos, sólo el 2% de los procesos cerebrales son conscientes, y éstos fueron constituidos en períodos muy antiguos de la evolución humana.
Hablando claramente: la mayoría de los procesos de las empresas en estado de pura supervivencia se basan en estos esquemas muy anticuados. Observando las cosas en esa perspectiva, es prácticamente imposible que se permitan afrontar los procesos complejos en extremo, como los que afrontan hoy.
Hoy, más que antes, tomar decisiones con moldes de siglos pasados, o de tan sólo una década atrás, atrasa -en el mejor de los casos- y arruina cualquier buena intención.
¿Dónde nacen esas buenas intenciones? En el cerebro.
¿Dónde se resignifican esas acciones bien intencionadas? En el cerebro emocional.
¿Dónde cobran valor los resultados de las buenas acciones? En la experiencia emocional de los líderes y todos los colaboradores.
Es esencial la Innovación Emocional, como valor central. Nosotros no somos seres puramente analíticos y racionales (funciones asociadas primariamente al hemisferio izquierdo del cerebro), sino que integramos y tendemos puentes con las habilidades blandas, como la comunicación, la empatía, el entendimiento, la cooperación y la visión humanística (propias del hemisferio derecho).
Cómo implementar la innovación emocional
La Innovación Emocional requiere del abordaje en simultáneo de 10 planos: cuerpo, mente, cerebro, espíritu, creencias, paradigmas, resiliencia, entornos, evolución y propósito. De su correcto articulado resultará la transformación y trascendencia, capaz de atravesar cualquier desafío externo.
Lo primero, es darse el tiempo de reflexión, más allá de tener objetivos de negocio puramente resultadistas. Es necesario escuchar, dialogar, poner las conversaciones en primer plano, aprender a disentir con respeto y coherencia. Fluir, entender y cooperar.
En segundo lugar, el cerebro de casi todos los seres humanos hoy, está sobre estimulado. Es necesario bajar su frecuencia si se necesita tomar mejores decisiones. A más información a procesar, más complejos son los procesos, y si no se le encuentra sentido, como el cerebro se especializa en ahorrar recursos al producir resultados, no “prestará toda su colaboración”. Entrene su cerebro; coopere en desarrollar espacios de reflexión, pausas conscientes para recalcular las acciones diarias, y retomar con mayor impulso.
Tercero: el psicólogo israelita Daniel Kahneman, ganador del Nobel de Economía, afirma que el cerebro utiliza un tipo de sistemas automáticos o intuitivos, que no dependen de la voluntad; y se deja engañar con “efectos halo”, que son los que se producen cuando hay generalizaciones excesivas, procesos que se repiten o simplificaciones sin sentido. Entonces, las compañías que lleven adelante Innovación Emocional necesitan manejar cautelosamente el flujo de información, dar el tiempo necesario para procesarla en una mezcla de racionalidad con intuición, y espacios de creatividad para que puedan aflorar las transformaciones apropiadas. Como se ve, esto es diametralmente opuesto a lo que vienen haciendo casi todas las empresas del mundo.
Cuarto: la innovación emocional es compleja de gestionar. Si ya los procesos racionales son difíciles, se necesita entrenarse en áreas blandas para lograr la mayor satisfacción personal de los colaboradores, para, luego, hacerlas confluir en dinámicas de equipo en la empresa. Como el cerebro selecciona lo que queremos escuchar y prioriza en base a aquello que nos es más familiar, hay que estimular los neurotransmisores para que dejen de premiar el autoengaño de seguir en el camino de siempre, y que abran los puentes de la transformación.
Quinto: dejar la seguridad de los hábitos. Mantener ciertas rutinas productivas es saludable siempre que se obtengan los resultados innovadores. Sin embargo, es de necios mantenerla si estamos fracasando. Hay un efecto del cerebro como carcelero de los deseos de un futuro mejor, que proviene de las percepciones limitadas. El cerebro responde exactamente a lo que le ordenemos. Entonces, si ordenamos de acuerdo a viejos esquemas mentales, eso es lo que resultará. La innovación emocional se basa en sacudir estos esquemas.
Sexto: la innovación emocional requiere del acompañamiento de profesionales expertos para ayudar a conducir esta energía nueva a un buen puerto. Es frecuente una cierta frustración al comienzo, aunque, muy pronto, se observa cómo hay un renacimiento emocional interno en cada persona -cada quien a su ritmo-, por lo que el equipo necesita ser ecualizado y contenido permanentemente, sin dejar de trabajar en lo que necesita hacerse.
Séptimo: es ilógico que las empresas luchen contra las emociones de sus colaboradores, que, a su vez, determina su propia emocionalidad corporativa. Hay que aprovechar esas emociones como palanca para crear nuevos modelos de toma de decisiones adaptadas al presente y a la innovación que se persigue.
¿Qué más hacer? Hay que hacerse preguntas, tomar tiempo de reflexión, evaluar el costo/beneficio de jornadas de trabajo extensas, crear nuevas condiciones de fertilidad para que las compañías sigan creciendo, y trasladar esos valores diseminándolos -como semillas- hacia todos los niveles, incluidos los consumidores, las sociedades y países donde se desenvuelven. Es necesario transformar a cada colaborador en un líder, fuera de los moldes de los ’90 del liderazgo estándar. Estamos en la era del liderazgo emocional, sin tanto empoderamiento del ego, y con más énfasis en el Ser.
Finalmente, valores como la escucha atenta, la asertividad, empatía, bondad, sentido de pertenencia genuino, comunicación abierta y receptiva y el entendimiento, son esenciales para articular esta Innovación Emocional que viene a contribuir con la evolución de todo lo conocido para situarnos en un nuevo estadío de las cosas: ni mejor ni peor que antes. Simplemente, distinto.