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Hablemos de agilidad

Por Gabriel Mysler, CEO de Innovation@Reach.-

En lenguaje futbolero, la volatilidad y el cambio permanente son equivalentes a la sensación de que yo pateo correctamente un penal, pero me corren el arco.  Ya no es suficiente con hacer las cosas bien, es imperativo adaptarse al cambio de modo constante.  Es como esa frase que circula desde hace decenas de años: “Cuando aprendí todas las respuestas, me cambiaron las preguntas”

El mayor problema de la adaptación es que para el momento que nosotros nos adaptamos o nuestra empresa se adapta, el mundo ya cambió y esto nos obliga a recalcular permanentemente. Por eso es vital comprender e incorporar el concepto de agilidad. No solo la tecnología cambia, sino que con la tecnología vamos pudiendo hacer cosas nuevas. A su vez, que estas nuevas posibilidades cambian nuestras expectativas y eso vuelve a cambiar el terreno en un ciclo permanente y cada vez más acelerado. 

También es saludable recordar que lo que creamos y construimos es efímero, que no debemos enamorarnos del resultado de nuestro éxito: el modelo deberá cambiar para seguir adaptándose al cambio constante.  Es un juego infinito…

Qué es y que no es agilidad

¿Ser ágil es ser rápido? ¿Ser ágil es Impulsivo? ¿Ser  ágil es ser Intuitivo?

La agilidad tiene que ver con la rapidez, pero no son sinónimos. La agilidad  se relaciona  más con la flexibilidad, con la adaptabilidad y con la plasticidad. La agilidad no significa dejar de planear ni de razonar detenidamente. La agilidad no viene a destruir el orden… tan solo nos pide no sucumbir a él.

¿Agilidad es usar metodologías ágiles? ¿Agilidad es usar Design Thinking en nuestros procesos y conformar equipos ágiles usando SCRUM?  

Prefiero pensar en las metodologías ágiles como un marco, como un framework, y no como una solución o sinónimos de que somos ágiles. Me gusta imaginar la agilidad como la capacidad y la actitud de entender, aceptar, adaptarnos y convivir con el cambio  constante, sabiendo que vivimos – como nos explica Alejandro Melamed –  en modo Beta, es decir, que nunca llegamos al producto final. Vivir en modo Beta significa que no tiene sentido preguntar: “¿Cuándo estará listo todo el producto?”. No sabemos qué significa “todo”, tampoco que significa “listo” y tal vez, tampoco está tan claro cuál es el “producto”. Por eso pensamos y trabajamos  en ciclos cortos y con foco en la  mejora continua y en el  aprendizaje permanente. 

No solo hay que hacer de modo ágil, hay que ser ágil y esto implica metodología, roles y por sobre todo un mindset ágil. Sin lugar a dudas, es un desafío no menor vivir sabiendo que nada es permanente, pero como afirma con justicia Simon Sinek: “Es mejor desilusionar a las personas con la verdad que tranquilizarlas con una mentira”

El Manifiesto Ágil

Es interesante recordar el Manifiesto Ágil, planteado hace 20 años por un conjunto de Ingenieros de Software. Aquí  se resumen –  en 4 valores y 12 principios –  una manera de pensar, un marco metal y una filosofía para navegar con éxito estos tiempos. Estos son los cuatro valores:

  1. Valorar más a los individuos y sus interacciones que a los procesos y las herramientas
  2. Valorar más el software funcionando que la documentación exhaustiva
  3. Valorar más la colaboración con el cliente que la negociación contractual
  4. Valorar más la respuesta ante el cambio que seguir un plan

Estos cuatro valores son muy poderosos y es decisivo tenerlos en cuenta, pero no deben ser malinterpretados.  Poner el acento en algo no implica no valorar lo otro.  Cuando el Manifiesto afirma que valorar más la respuesta al cambio que seguir un plan, nos habla de la necesaria flexibilidad, pero no sugiere que no debemos tener planes e improvisar permanentemente… Cuando nos pide colaborar con el cliente, nos dice que el foco está en el trabajo junto al cliente y adaptarnos con él al entorno pero no implica que no deba haber convenios ni contratos. Nos habla de la necesidad de adaptarnos permanentemente, incorporar la flexibilidad como estilo de vida. El Manifiesto Agile nos invita a entender que debemos fluir con los cambios y aceptarlos como parte del contrato, porque el mundo cambia, las necesidades cambian, los contextos cambian y las expectativas cambian.

¿Qué hay de nuevo, viejo? 

El management  tradicional se pensó asumiendo que la dirección  de las empresas posee todo el conocimiento y que su función principal es indicar, definir y determinar cómo se debe hacer el trabajo.  Este estilo funcionó en los tiempos de Taylor y Fayol y fue vigente por muchos años, pero con un mundo informado, interconectado, globalizado y con acceso a tecnologías hasta hace poco tiempo impensadas, las organizaciones se enfrentan a problemas y desafíos que no existían a fines del siglo 19. La gestión tradicional no fue concebida para la realidad de hoy. La agilidad es un nuevo paradigma, una nueva mentalidad, una nueva manera de pensar y actuar para poder responder a estos nuevos interrogantes y desafíos.

Si nos animamos a preguntar como el Conejo de la Suerte “Qué hay de nuevo”, tal vez la mayor diferencia sea que se desvanece – en las organizaciones ágiles – la separación entre  pensadores y  ejecutores, entre los que piensan y los que hacen, entre los que saben y los que obedecen. Los equipos autoorganizados y autogestionados giran  alrededor de un producto o servicio,  tienen autonomía y consecuentemente  piensan, diseñan y ejecutan.

El paradigma mecanicista nos hablaba de secuencia y de trabajo sincronizado y eficiente.  Bajo ese modelo, el trabajo se organizaba para que cada trabajador hiciera lo que le asignan y le corresponde. Cada cual tiene sus tareas y es parte de una cadena. Hoy entendemos que es más eficiente, efectivo y motivador trabajar en equipo. Los equipos se forman con  personas que se mueven hacia un propósito en común y  se organizan para trabajar de modo colaborativo intentando ofrecer valor, en el menos tiempo posible.

Un equipo realmente ágil cambia el concepto de “mi tarea” por el de “nuestro propósito” y eso compromete a todos a colaborar y cooperar en función de un objetivo que los convoca e inspira.  Un equipo ágil colabora, entrega, reflexiona sobre el resultado, propone mejoras y reinicia el ciclo continuo de evolución. Parafraseando a Albert Einstein: “La medida de la inteligencia es la capacidad de cambiar”. Una organización ágil es entonces una organización más inteligente.