Si bien el saber popular afirma con gran convicción que “el sentido común es el menos común de los sentidos”, esta frase conlleva una paradoja muy peligrosa.
Quienes creemos tener un buen sentido común, o incluso un buen olfato, tendemos a creer y confiar en él.
Pero así como la vista nos engaña, el oído nos engaña y muchas veces la memoria nos engaña, por qué no pensar que nuestro sentido común también puede hacerlo.
Oliver Sacks en su nota “Ver y no ver” publicada en The New Yorker en 1993, cuenta de una persona adulta que por medio de una compleja cirugía puede ver por primera vez. La pregunta es: ¿qué vio cuando pudo abrir los ojos y los primeros rayos de luz impactaron en sus pupilas? La respuesta es que no podía comprender lo que veía. Nunca había aprendido a ver. Se aprende a ver.
Aprendemos lo que es una mesa, una roca o una nube. Una vez que aprendimos, reconocemos el concepto y entendemos que hay mesas de una pata, tres o cuatro. Aprendemos lo que es la distancia, la profundidad o la redondez. Estos no son conceptos innatos, sino aprendidos por medio de la experiencia.: es por medio de la observación y la experiencia que aprendemos que los cirros, nimboestratos, y cumulonimbos son diferentes, pero todas son nubes.
El problema aparece cuando no podemos desaprender, cuando cada tabla con patas es indefectiblemente una mesa.
La mayor limitación que tenemos para poder innovar es animarnos a ver más allá de nuestra memoria, conocimientos o experiencia personal. Este dilema filosófico, llamado “el problema de la Inducción”, tiene cientos de años de planteado, pero aún nos da serios dolores de cabeza. En función de la acumulación de experiencias, inducimos reglas, creamos teorías y predecimos comportamientos. Y así nos convencemos de lo que hoy es, siempre será. Aquí comienza el gran peligro: convencernos de que la foto se convierte en película.
Entender que lo que “sabemos” conspira con lo que “podemos saber” es una condición indispensable para salir de la zona de confort y aceptar que muchas veces hace falta cambiar radicalmente los conceptos y no tan solo “maquillarlos” un poco para que parezcan “modernos”.