Cuenta la historia que un ciervo tuerto descansaba tranquilo a orillas del mar. Con su ojo sano miraba hacia la tierra para cuidarse de la llegada de cazadores y no miraba hacia el mar, pues de allí no esperaba ninguna sorpresa.
Pero resulta que unos cazadores que navegaban por la zona, ven al ciervo dándoles la espalda y lo cazan con sus flechas. El ciervo agonizando se dijo: – “¡Tonto de mí! Vigilaba la tierra, que sabía llena de amenazas, y el mar, al que creía seguro, resultó mucho más peligroso”.
Esta fábula – de las tantas que escribió Esopo – marca desde hace siglos que dar por verdades datos que son supuestos y subestimar las opciones, por poco probables que sean, puede ser un gran error. Que algo siempre haya sido de una manera, no implica que no pueda cambiar. Que los enemigos siempre vengan de la tierra (de los espacios conocidos) no significa que el peligro no nos pueda llegar de lugares que consideramos seguros. Hoy mucho de esto es evidente a la luz de los embates de “las tecnológicas” en mercados antes impensados. La banca esperaba enemigos de la banca, los seguros de los seguros y los supermercados de otros supermercados. Todos miraban la tierra, de allí vendrían los cazadores, pero comenzaron a llegar del mar…
Ver en otros, no en nosotros
Esopo, cuentan los historiadores, fue un esclavo liberado nacido en Tracia o en Frigia, hace más de 2500 años. Muchos creen que tal vez ni siquiera existió, pero su obra – fruto del recuerdo y del aporte de cientos de personas y autores que fueron reescribiendo y recordando sus fábulas – llega hasta al presente. Historias que recordamos a diario como la tortuga y la liebre, la cigarra y la hormiga o el pastor y el lobo fueron fruto de su pluma.
Más allá de la educación, adoctrinamiento o miedos inducidos que pueden adjudicarse a estos cuentos, lo que sí es evidente es que su virtud reside en que siempre nos es más fácil ver errores o desaciertos en otros que en nosotros mismos. Por un mecanismo de defensa que todos tenemos, nos es más sencillo ver las equivocaciones de los demás que las nuestras propias. Nos es menos doloroso reírnos de la “Liebre” que mirarnos a nosotros mismos cuando nos burlamos de una “Tortuga”. Pero el poder de la moraleja está justamente ahí: en decirte en ese preciso momento en que creías que entendiste todo, que la Liebre podés ser vos.
En nuestras vidas personales, en nuestras organizaciones o empresas nos es difícil cambiar. Esto es absolutamente normal. De este modo está cableado nuestro cerebro: programado para repetir patrones. Crear, cambiar, improvisar o desandar caminos son procesos voluntarios que exigen concentración y esfuerzo. Vemos errores en los otros, no siempre podemos verlos en nosotros mismos. El poder de las fábulas aparece aquí con fuerza, porque nos compara con seres con los que no “competimos” por lo cual bajamos nuestras defensas y nos es mucho más fácil hacer el cruce con nuestras propias experiencias, aprehender la moraleja y prepararnos para el cambio.
Aprender como organizaciones
En 1990 Peter Senge, el autor de “La quinta disciplina”, cuando hablaba de las organizaciones que aprenden, escribió: “El aprendizaje de los equipos es vital, porque son los equipos y no los individuos, la unidad fundamental de aprendizaje en las organizaciones modernas. Aquí es donde las cubiertas se encuentran con el pavimento: Si los equipos no pueden aprender, la organización no puede aprender.”
La trilogía que presenta Senge es importantísima: aprender como individuos, aprender como equipos, aprender como organización. Las organizaciones que aprenden lo hacen porque sus equipos aprenden. El desafío está entonces en aprender como individuos y poder también – necesariamente – aprender como equipos.
Si nos es difícil ver nuestros errores como individuos, si nos cuesta modificar percepciones, visiones y acciones como personas, cuan complejo es hacerlo como organizaciones. Aquí el consejo de Senge es monumental: debemos aprender a aprender como equipos. Uno de los mayores frenos a la innovación es la Cultura Organizacional. Esta cultura está formada no solo por lo que se decide y comunica formalmente, sino por lo que se siente, se dice y se transpira a lo largo y ancho de la organización. Modificar la Cultura Organizacional implica trabajar sobre los equipos y no solo sobre los individuos. Muchas veces – como nos enseñan las fábulas – poder ver errores y equívocos en otras organizaciones nos ayuda a madurar cambios.
Una última fábula, que no es fábula
Una de mis fábulas favoritas es la de la zorra y las uvas. Esta fábula cuenta que una zorra estaba muy hambrienta y ve colgando de una parra unos racimos de uvas deliciosos. La zorra quiso atraparlos con su boca y saltó y saltó y saltó pero sin éxito Como no pudo llegar a alcanzar las uvas se alejó diciendo: “-En realidad, la verdad es que ni siquiera me gustan estas uvas porque están muy verdes…”.
La moraleja es evidente y trasciende los tiempos: no debemos echar la culpa de no lograr lo que queremos a los demás o a circunstancias ajenas a nosotros. No siempre podemos lograr lo que nos proponemos, pero muchas veces nos rendimos demasiado rápido, en especial si la tarea es ardua, complicada o de largo aliento.
Son muchas las excusas que podemos poner para no cambiar: “nos va bien así”, “aún no llegó el momento”, “no quiero cambiar”, “pocos lo hacen” o “no creo que el beneficio justifique el esfuerzo”. Lo más probable es que nos estemos convenciendo de que no queremos hacerlo o bien porque no sabemos cómo hacerlo o porque no queremos tomar el riesgo o asumir el desafío.
¿Cuál es tu fábula favorita? ¿Cuál es su moraleja? ¿Has aprendido de ella?