El mundo cambió el 11 de marzo de 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró una pandemia al COVID-19. En un esfuerzo por restringir el contacto de la población con el virus y reducir su tasa de propagación, los gobiernos del mundo impusieron diferentes medidas como el aislamiento social, el estímulo del trabajo domiciliario o el cierre de las escuelas, que implicaron un cambio en la actividad humana con profundas consecuencias sociales y económicas. Además, entre los efectos provocados por estos cambios también se registró una menor demanda de energía, lo que a su vez redujo las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), causantes del cambio climático.Sin embargo, no puede dejarse de lado una serie de importantes preguntas: ¿Qué tan significativos son estos cambios? ¿Cuáles son las implicancias para otros ámbitos? ¿Se trata de una estrategia sostenible en el tiempo?
¿Qué dicen las emisiones?
Las políticas gubernamentales durante la pandemia de COVID-19 alteraron
En principio esto podría ser positivo, pues para lograr un futuro donde el aumento de la temperatura media global sea menor a 2°C, de acuerdo a los compromisos asumidos en el acuerdo de París, es necesario bajar a cero las emisiones globales netas de CO2 para el año 2050. No obstante, un informe en Nature Climate Change indica que aunque la disminución en 2020 no tiene precedentes, tan sólo permitió alcanzar los niveles de emisiones diarias del 2006. Además, la mayoría de las acciones que permitieron esta disminución son reflejo de una situación extraordinaria y no de cambios estructurales de los sistemas productivos o económicos. Entonces, aunque el aislamiento social preventivo y obligatorio redujo la tasa de emisiones, la disminución de la actividad humana no es una estrategia sustentable, ya que tiene fuertes repercusiones negativas sobre la economía y bienestar social.
La reducción en la actividad humana producto de la pandemia permite que nos posicionemos en un punto de partida atípico, con menores emisiones de CO2 diarias a las esperadas para la fecha (en comparación con proyecciones pasadas). Sin embargo, se requiere de un esfuerzo prolongado en el tiempo para que este cambio sea significativo, puesto que los aumentos de la temperatura global no dependen únicamente de las emisiones de los últimos años, sino de la concentración de los gases de efecto invernadero durante largos periodos.
No hay una única historia acerca del futuro. Depende de decisiones consensuadas entre todos los sectores de la sociedad, que tienen la posibilidad y la obligación de participar en la optimización de nuestras formas de consumo.
¡Un futuro sustentable es posible!
Una disminución de los gases de efecto invernadero representa sin dudas un avance en la lucha contra el cambio climático, pero tan solo es el inicio del camino: tarde o temprano los países iniciarán un proceso de recuperación económica y productiva, pero eso no debería hacerse a cualquier costo. Las medidas y políticas que se adopten, impactarán fuertemente en las futuras emisiones de CO2, y serán determinantes a la hora de evaluar el cumplimento de los objetivos del Acuerdo de París. Para lograr un futuro sustentable se requieren cambios estructurales que permitan una fuerte reducción de las emisiones, con la posibilidad de sostenerse en el tiempo, y contemplando las dimensiones socioambientales.
En la Argentina, el potencial de ahorro energético es muy grande, y sigue sin ser aprovechado. De acuerdo a un informe técnico de Vida Silvestre, el potencial de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para los próximos años es de un 30% – 48%: una parte importante de este potencial de ahorro se encuentra en el sector residencial y en el sector comercial/público.
Con medidas de eficiencia energética, se podrían alcanzar nuevos paradigmas para estos dos sectores que ya mostraron variaciones en su consumo y que en nuestro país concentran el 62% del potencial de ahorro de energía eléctrica: Carlos Tanides,
El uso racional y eficiente de la energía se presenta como una de las líneas de acción con mayor potencial para reducir emisiones, puesto que la producción de energía suele representar más del 50% de las emisiones de GEI en los inventarios nacionales. La eficiencia energética no busca dejar de realizar determinadas actividades para evitar el consumo de energía, sino que su objetivo es utilizar la energía de la forma más económica, segura y limpia posible.