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Agricultores, algoritmos y sequías: ¿Por qué debería importarnos?

 Por Ricardo Pantano, Agricultural Consultant de Special Division.-

Algoritmo: Conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas.

Cuando se observa la evolución del sector agrícola, en los últimos 50 años pasó del tradicional arado de reja y vertedera a un notable salto de productividad, apalancado en los materiales genéticos, en el manejo del lote y en la profesionalización de los agricultores. Mientras tanto la industria aseguradora sigue vendiendo el mismo seguro de granizo, cada vez más barato y con mayor alcance de las coberturas. Si bien es cierto que la masa de hectáreas aseguradas es muy grande, el resultado técnico es pobre y las medidas correctivas son expost y de corto alcance. La siniestralidad general aumenta y nadie se atreve a subir las tasas o recortar coberturas simplemente para evitar la caída de ventas. Esta es una de tantas asimetrías que presenta este mercado.

Por ejemplo, más de la mitad de la superficie agrícola argentina tiene contratada una póliza de granizo, una penetración sólo comparable con países tales como USA o España donde la participación estatal es significativa, con agresivas políticas de subsidios de primas y regulaciones orientadas a proteger los procesos de transferencia de riesgos. Sin embargo, y a consecuencia de las bajas tasas y sumas aseguradas, en nuestro país representa un volumen de producción menor a los u$s 200 millones, que para el total de primas emitidas por toda la industria aseguradora (u$s 13 mil millones), agro significa apenas el 1,4% de esa torta.

Hay más. El sector de la producción primaria invierte más de u$s 50 mil millones según la Sociedad Rural Argentina, mientras que la ley de emergencia agropecuaria contempla un fondo menor a u$s 35 millones.

También podemos poner en la lista de asimetrías a los agricultores, «ricos» en patrimonio y «pobres» en flujo. Una foto que deja poco margen de error frente a las catástrofes. En este sentido y para nuestras condiciones de producción, las 2/3 partes del total de las perdidas corresponden al exceso/déficit hídrico. Son esas pérdidas que «desbordan» sus consecuencias sobre toda la cadena, lo que llamamos daño sistémico, por su extensión y severidad. Un daño sistémico que el agricultor debe asumir solo, ya que no existe oferta local o las coberturas que se proponen tienen un precio tan alto que se transforman en el insumo más caro de todos.

Claro que durante los últimos años se buscaron opciones posibles de implementar. Sin embargo todas quedaron en el camino ya que las grandes extensiones en nuestro país, aunque bajaban las tasas por la mayor superficie y nivel de agregación, subían los costos logísticos a niveles que imposibilitaban la puesta en marcha del programa.

Un riesgo tiene tres caminos posibles: evitarlo, asumirlo o transferirlo. Más allá de cuál sea el más elegido entre los agricultores, el desafío es generar el marco necesario para que exista una opción posible para la transferencia.

Como dijimos antes, la evolución del sector agropecuario fue notable, sobre todo en rindes por hectárea. Sin embargo, junto con el aumento de los rendimientos también creció la volatilidad de esos rindes, la cual hoy es posible transferir a los mercados internacionales a una tasa razonable para los márgenes que maneja el sector.

Podemos clasificar los riesgos de la producción primaria en:

Biológicos, aquellos vinculados con el ataque de insectos, hongos, bacterias, entre otros. En general no alcanzan gran severidad, en primer lugar por la eficiencia de los sistemas de alarma, los eficaces biocidas ofrecidos en el mercado, y porque no estamos en latitud de clima tropical.

Comerciales, relacionados con el precio de los granos. Desde hace años se ha generalizado, a través de algunas de las opciones que ofrecen los mercados a término, fijar una posición para, al menos, el rinde de indiferencia (aquel con el que se cubren los costos de producción).

Técnicos, no es difícil comprobar que los agricultores argentinos están por encima del estándar internacional, habiendo demostrado capacidad de adaptación y creatividad.

Climáticos, el único donde no hay más opciones que la transferencia. De hecho es lo que ocurre con los denominados «riesgos discretos», como el granizo, la helada o el viento. La oferta  en el mercado local para cubrir estos fenómenos es amplia y sofisticada. A diferencia de los «riesgos sistemicos», aquellos que ya mencionamos como responsables de las 2/3 partes del total de las perdidas y que reconocemos como los principales responsables de las catástrofes, es decir, exceso y déficit hídrico.

Con lo cual tenemos esquemas de protección para aquellos daños que se presentan con alta frecuencia y baja intensidad, como el granizo, cuyas necesidades son atendidas exclusivamente por el sector privado. Mientras que en el otro extremo encontramos los de baja frecuencia y alta intensidad (Sequía), donde normalmente la participación del Estado es la que define un marco que le permita al sector primario estabilizar su flujo de fondos en el tiempo.

Lo que esta fuera de discusión es que los riesgos discretos y los sistémicos no deberían ser tratados de la misma forma. Son distintos y requieren herramientas diferentes.

La buena noticia es que hoy la tecnología nos ofrece una solución simple, objetiva y eficiente para el manejo del riesgo climático.

Todo comienza con la formulación de algoritmos que permitan encontrar y procesar «correlaciones», por ejemplo, entre el rendimiento de la soja (activo) y el índice verde (subyacente). Este índice permite establecer con muy bajo margen de error el rinde del cultivo en cuestión, midiendo la intensidad de la coloración verde en una secuencia de imágenes satelitales. Esta correlación se construye para una serie histórica de datos a través de los cuales podemos calcular una tasa de riesgo, junto a un proceso electrónico de ajuste de daños y liquidación de compensaciones.

Los datos se procesan considerando partidos o departamentos, nivel de agregación suficiente para evitar la selección adversa (es decir que tomen la cobertura sólo los que tienen mayor expectativa de riesgo) y por otro lado asegura que las compensaciones correspondan solo a daños sistémicos.

Cada renglón del margen bruto del agricultor puede ser alcanzado por la cobertura catastrófica. Los insumos como la semilla y los agroquímicos es lo primero que surge. Pero también puede abarcar los impuestos (sobre todo aquellos que no dependen de la facturación, ej. inmobiliario) como alternativa frente a los actuales programas de emergencia y desastre.

Los créditos a través de bancos que pueden acompañar de una garantía real su financiación, cubriendo al menos los intereses o la amortización del capital prestado.

Las Cooperativas, como otras entidades intermedias, igualmente interesadas en transferir riesgo que no pueden asumir.

Estos «Agregadores» proporcionan la capilaridad necesaria para que el programa se transforme en una «solución llave en mano» para los agricultores. Es decir, un esquema automático mediante el cual frente a la catástrofe sus obligaciones se difieren y comparten.

A su vez, los resultados e índices en cada campaña son difundidos públicamente, cerrando un proceso transparente, objetivo y certificable.

Agricultores, algoritmos y sequías. Deberían importarnos.

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